El estudio de las lenguas
indígenas comenzó desde la llegada misma de los españoles al territorio que
actualmente ocupa México. Algunos de los misioneros, por encontrarse más
cercanos a los nativos, advirtieron las semejanzas que existían entre algunas de
las lenguas, por ejemplo, el zapoteco y el mixteco. En el siglo XIX, las
lenguas nativas fueron objeto de una clasificación semejante a la que se
realizaba en Europa para las lenguas indoeuropeas. Esta tarea fue
emprendida por Manuel Orozco y Berra, intelectual
mexicano de la segunda mitad del siglo XIX. Algunas de sus hipótesis
clasificatorias fueron retomadas por Morris
Swadesh a principios del siglo XX. Las lenguas de México
pertenecen a ocho familias de lenguas (además de algunas
lenguas de filiación dudosa y otras lenguas
aisladas), de las cuales las tres más importantes tanto en número de
hablantes como en número de lenguas son las lenguas uto-aztecas, las lenguas
mayenses y las lenguas otomangues.
Uno de los grandes problemas que
presenta el establecimiento de relaciones genéticas entre las lenguas de México
es la falta de documentos escritos antiguos que permitan conocer la evolución
de las familias lingüísticas. En muchos casos, la información disponible
consiste en unas cuantas palabras registradas antes de la desaparición de un
idioma. Tal es el caso, por ejemplo, del idioma coca, cuyos últimos vestigios
lo constituyen algunas palabras de las que se sospecha pertenecen más bien a
alguna variedad del náhuatl hablado en Jalisco. Swadesh calculaba que el número
de idiomas hablados en el territorio mexicano llegaba a los ciento cuarenta.
Actualmente sólo sobreviven sesenta y cinco. [1]
Fuentes:
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